Sucedió en Ucrania

Érase una vez una niña en Ucrania. Era, lo sé, Iraida. Iraida amaba la naturaleza. Amaba lo que era, lo que existía. Durante el día la vaca de la familia quedaba a su cargo. Iraida amaba a su vaca, Zoryka. Si algún día la encuentran, es mejor que pronuncien Ssoorka, para que ella les comprenda y responda a su nombre. Los prados verdes en que pastaba Ssoorka la arropaban todas las mañanas, así que pronto el amor de la niña se extendió también a aquellos prados. En uno de sus paseos, Iraida y Ssoorka terminaron en un prado lejano, aunque no tan jugoso como el resto. Este prado era amarillo, arañado por el sol. Ya pasaban de largo cuando Iraida desubrió una bella flor azul índigo, de un azul tan intenso como el azul del cielo cuando despide al sol. Y amó a su flor azul. De todos los prados en que podía llevar a Ssoorka a pastar, Iraida siempre elegía ése. No era fácil llevarla, porque allí se quedaba con hambre. La niña engatusaba a su amiga con canciones, la arrullaba con poemas. Ssoorka, conmovida por el gran empeño de su amiguita, accedía, fingiendo no darse cuenta. Iraida daba una palmadita de cariño a Ssoorka y buscaba con cuidado entre las pocas hierbas que había, hasta descubrir su flor. Se quedaba embelesada contemplándola. A la hora del almuerzo le deseaba buena tarde, y volvía dichosa a casa acompañada de su vaca.

Una noche, al volver del prado, Iraida descubrió un libro donde se relataban historias de planetas lejanos. Se aficionó a mirar al cielo. Todas las noches, a la misma hora, la niña subía su mirada, escudriñando entre las estrellas. Leyó otros libros, estudió por su cuenta, anotó las constelaciones, aprendió a reconocer la Osa Mayor, a orientarse en la oscuridad siguiendo a la estrella del Este... Realmente se convirtió en una buena cuidadora de vaca, de flor y de estrellas. Aprendió a darse cuenta de lo importante que llegan a ser las vacas, las flores y las estrellas para una vida feliz.


Pasaron algunos años. Iraida creció. Se había convertido en una persona responsable, con cosas urgentes de las que ocuparse. Ya no miraba el cielo, ya no olía las flores, ya no cantaba por miedo a desafinar. Ya... no.
Las estrellas, aún pendientes de ella, temieron que Iraida las hubiera olvidado. Sentían que ya no las cuidaba con el mismo amor.

Una mañana temprano, Iraida se levantó con el impulso de buscar su libro sobre historias de otros planetas. No recordaba nada de la noche anterior: Las estrellas se habían colado en su sueño para susurrarle las historias de su libro antaño favorito.

Revolvió estanterías, baúles y cajones, y por fin apareció: su libro mágico. Había olvidado la cubierta azul, de un azul tan intenso como el azul del cielo cuando anochece. Como si de una túnica mágica se tratase, al ver la cubierta, Iraida recordó. Recordó a su vaca, recordó los verdes prados, aquel otro prado ocre lamido por el sol... A su flor azul. 


Entonces todo volvió a estar bien.