El cuento de María


Aquí puedes escuchar el cuento:



María tenía un cuento... chulo súper chulo. Le gustaba leerlo antes de irse a dormir, porque entonces tenía unos sueños mucho más divertidos, de aventuras, viajes, misterios, amigos invisibles... La protagonista de su cuento era una niña, como ella.
Pero... María tenía un secreto, que no había contado a nadie. A veces, cuando estaba muy cansada, leyendo, y los párpados le pesaban y le pesaban, cada vez más, tenía la sensación de que el dibujo del cuento pegaba unos brincos tremendos, haciendo señas con los brazos, como si gritase: “¡Eh, María! ¡Aquí, estoy aquí!” María daba un respingo, se frotaba bien los ojos... pero al volver a mirar, sólo veía un dibujo pegado al papel. Se hacía la despistada, mirando al techo, luego de reojo... pero no, la niña del dibujo ya no se volvía a mover. María se encogía de hombros, suspiraba, daba un beso de buenas noches a su cuento, y se acostaba a dormir.

Un viernes, María se levantó nada más sonar el despertador. ¡Había tenido una ideota genial! Esta vez iba a pillar al dibujo del cuento con las manos en la masa. El día se le hizo muy largo, hasta que por fin volvió del cole, jugó, se bañó, cenó... Lo tenía todo calculado, al día siguiente no tenía que madrugar. María se estaba entreteniendo en el cuarto de estar más que de costumbre, así que su mamá y su papá la miraron extrañados.

  • Te noto nerviosa tesoro, ¿hoy no vas a leer tu cuento? - le dijo su mamá.
  • ¡Noooo! - gritó María - ¡Todavía me queda un rato muy largo para irme a la cama!

Su papá y su mamá se miraron, como pensando: Esta criatura se está quedando un poco sorda, la pobre, ¡tan joven!..., y siguieron a lo suyo.

María se puso a cuatro patas, y casi sin atreverse a respirar para no hacer ruido, fue gateando hasta su cuarto. Y allí estaba... El dibujo había salido del cuento. ¡Qué cara más dura! Estaba cotilleando todas sus cosas, ¡¿Cómo se atrevía?!

  • Te pillé gritó María.
  • - ¡Aaaaaahhh!

Una vocecita chillona gritó asustada. El dibujo se puso colorado como un tomate. ¡Qué vergüenza, le habían pillado!

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María acababa de pillar al dibujo escapando de su cuento. Estaba petrificado, sin moverse del sitio.

  • Hola. Me llamo María.

El dibujo seguía sin moverse.

  • Venga, dibujo, no te hagas el loco, que ya te he visto. Dime cómo te llamas, por lo menos.
  • Bruna, soy el dibujo de Bruna.

María sonrió y le tendió la mano, muy despacito para no hacerle daño. Bruna dudó, pero por fin se acercó y le tendió su manita. Las dos se miraban sin saber qué decir. Finalmente María rompió el hielo:

  • Ven, que te enseño mi casa. Despaciiiito, que no nos oigan los mayores...

María y el dibujo de Bruna salieron de puntillas de la habitación. Todavía se miraban la una a la otra con curiosidad, como cuando se conoce a alguien nuevo. Caminaron por el pasillo. Al llegar al final subieron la vista poco a poco. Poooommm, Poooommmm, Poooommmm... Un gran reloj de pared tocaba las diez.

    • Es el reloj Pipo – dijo Bruna.
    • ¿Pipo?, pero... ¿le conoces? María la miraba con cara de asombro.
    • Claro, es Pipo, el reloj glamuroso.

Y esta es la historia de Pipo, que empieza así:

 pinchar aquí para ver la historia de Pipo, El Reloj Glamuroso